Monte Minado es el resultado artístico de numerosos viajes de estudio a la comunidad Wichí del Lote 75, Tierras Fiscales, Embarcación, Provincia de Salta. Allí se encuadran las tesis doctorales de las autoras de esta exposición, dos investigadoras que desde sus propias percepciones y matrices de pensamiento, se enfrentan a otras mujeres, en algo muy distantes y en algo muy cercanas a sus propias vidas.

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La exposición presenta el universo de la mujer wichí y su relación vital con el monte, trabajando sobre la idea de la mujer como “mina”. Esta palabra, de origen lunfardo, hace alusión a una mujer hermosa, pero también, en un lenguaje metafórico puede aludir al cuerpo de la mujer como proveedor de riquezas, quedando asociado al sentido de una mina de tesoros materiales. La última acepción del término “mina” es la de una enorme fuerza explosiva que permanece oculta a la vista de otro.
Todas las significaciones de este término juegan en la percepción de la mujer wichí, presentándola como una fuerza oculta en el monte, llena de tesoros que se descubren al adentrarse en ella.

La obra sensibiliza a través de la mirada: ellas mirando al espectador y viceversa, las miradas de las artistas-investigadoras hacia ellas, y la comunicación que genera una mirada sin demasiadas palabras.
La propuesta es que a través de la mirada se pueda entrar en el universo desconocido de estas mujeres wichí y así, cuestionar el propio.

Gracias:
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Extracto de «La Mujer Wichí Hoy»

INFORME FINAL PARA EL FONDO NACIONAL DE LAS ARTES. BECA GRUPAL2015

►INVESTIGACIÓN: SILVIA GAGO Y ANTONELA TOSSICI / FOTOGRAFÍAS: VERÓNICA PADRÓN

La comunidad wichí del Lote 75, Tierras Fiscales de Embarcación

Este ensayo que tiene por objetivo dar visibilidad a la mujer wichí de hoy, para reflexionar sobre aspectos de la identidad que emergen de sus producciones, encuadra su observación en la comunidad wichí del Lote 75, Tierras Fiscales de Embarcación, Provincia de Salta.

Embarcacion.8.gifEl Departamento de San Martín es un amplio territorio lindante al Norte con Bolivia, allí se encuentra la Jurisdicción de Embarcación y dentro de ella, está la ciudad del mismo nombre, sobre la ruta 34, -a 88 km de la ciudad de Tartagal y 286 km de la ciudad capital de Salta-. Además de Embarcación existen otras ciudades como La Quena, Zanja del Tigre, Campichuelo, Padre Lozano, Hickman, Dragones y las comunidades originarias, entre ellas Lote 75 de Tierras Fiscales, Misión Chaqueña, Carboncito, La Golondrina y La Paloma.

La comunidad Wichí*, en donde se desarrolla el pretendido estudio, está a tan sólo 3 km del centro de la ciudad de Embarcación. Esta cercanía permite que un grupo de maestras trabajen diariamente en una escuela wichí de educación primaria, que alberga a más de doscientos niños de la comunidad. Si bien la escuela no está dentro del objetivo de estudio, es un lugar valioso de referencia por permitir el acercamiento directo a las madres y abuelas que están en su entorno y ser un espacio de diálogo sobre problemáticas existentes.

Dentro del Lote 75, existen algunos lugares de fuerte presencia en la dinámica social, como por ejemplo, las iglesias pertenecientes a tres órdenes religiosas, –la cuarta orden es el cristianismo, representado por monjas misioneras que  desde los años 80 viven dentro de la comunidad sin poseer templo-.

 El centro comunitario es de los pocos espacios construido de ladrillos donde se realizan las asambleas, eventos importantes para las decisiones sociales y políticas del grupo, como es la elección del presidente de la comunidad cada dos años, que se renueva junto con un consejo. Al lado de este centro comunitario, en otra construcción, funciona un costurero, lugar destinado mayormente a mujeres que reciclan ropa, con unas pocas máquinas de uso común. Allí también, de manera simultánea a las actividades de costura, una maestra wichí –María Silvia “Codi”- dicta clases de apoyo para niños junto a una joven ayudante –Lola- valorada por haber terminado la secundaria. Como último edificio a señalar, existe una pequeña sala de primeros auxilios que asiste a los pobladores, aunque también sea común que utilicen el Hospital de la ciudad de Embarcación en el caso de partos y enfermedades importantes.

La comunidad alberga aproximadamente a ciento ochenta familias que dentro de cada terreno dividido por cercos, tienden a realizar varias construcciones. En general es por la descendencia femenina que se genera más de una vivienda, siendo común encontrar varias generaciones de mujeres dentro de una misma parcela.

La mujer wichí tiene una presencia importante en la vida cotidiana de la comunidad, ocupándose de la descendencia, del sustento diario, de las pequeñas siembras, de la recolección de leña y de la producción de artesanías con materiales extraídos del monte.

Es en la mujer y sus actividades donde este estudio focaliza su observación, tomando especialmente a la artesanía como la materialización emergente de variables que componen una identidad. Dentro de estas variables importantes, la observación parte de tres elementos ricos por su complejidad: el monte, el tejido y “los patios”, encuentros de tejedoras, así llamados desde una observación externa a las mujeres wichí.

El monte

El monte es un elemento vital en la cosmogonía y accionar de la comunidad. Es “el tesoro”, el lugar que preservan como parte de algo esencial, aunque ya no sea el único proveedor de los alimentos, fibras y medicinas. Según sus relatos, el monte siempre fue el generador de las materias primas con las que construyeron las artesanías funcionales a la recolección.

Así como la búsqueda y elaboración del Palo Santo organiza y caracteriza las actividades de los hombres, el Chaguar lo hace con las mujeres wichí. En torno al chaguar hay una especie de ritual femenino, ya sea en la búsqueda y extracción como en la elaboración, que viene desde generaciones pasadas.

 Las historias que cuentan las mujeres, revelan conocimientos de las abuelas enseñados a sus hijas y nietas como parte de una educación que aún valoran, pero también lo narran como un compartir necesario entre generaciones.

Hay algo en las travesías cada vez más extensas y complicadas para la búsqueda del chaguar, -dada la escasez que presenta actualmente por las modificaciones del monte- que se produce en grupo y es una particular comunicación y pasaje de legado femenino, sintetizado en la actividad del chaguar.

Las largas caminatas, la elección de la planta a utilizar, el corte, la extracción de las fibras con machete y toda la elaboración posterior para el teñido, hasta el torzado y tejido, es vivenciada como algo incuestionable de la identidad de la mujer wichí, aunque el material hoy en día sea escaso, las artesanías poco rentables y el uso propio casi nulo.

 Es curioso que la yica, que fuera la bolsa tejida distintiva de los Wichí, se siga haciendo, aunque su función práctica de almacenar lo obtenido en el monte durante las travesías, hoy no sea igual de necesaria. Cantidades de bolsos de elaboración industrial al alcance de las mujeres, hoy pueden sustituirla, sin embargo esta bolsa de costosa elaboración,  sigue siendo un elemento que confeccionan, venden -a bajos costos en relación al tiempo de producción- y no siempre usan.

A lo largo de la historia, la yica es un producto que expresa una relación cíclica con el monte. El monte provee las fibras que tejen en estas bolsas, que a su vez son usadas para extraer sus recolecciones.

Cabe pensar que la existencia de la yica hoy no sea por su funcionalidad, sino por ser fuertemente representativa de un espacio geográfico determinante de su identidad.

La relación especial con el monte es visible, también, en la recolección de leña. Las mujeres lo recorren por senderos y están atentas a los cambios, realizando una detenida observación de los crecimientos, las semillas, las cortezas  y los troncos extraíbles. Esta especie de control del estado del monte habla de un cuidado y preocupación por mantener su ecosistema.

Elena. Monte Minado Gago-Tossici

El monte se transita para llegar a cualquier dirección a la que se quiera ir, al río, al pueblo, incluso para ir a casas vecinas, optan por los senderos del monte.

 Esa cercanía y convivencia de las mujeres con el  monte hace que conserven algo del saber de las hierbas medicinales y los usos, también de frutos como la algarroba o el chañar que perduran en sus dietas, aunque combinados con Coca Cola y milanesas, como dijera Pascuala, una de las mujeres de la comunidad, refiriéndose “que los niños ya no quieren agua de chañar, sino Coca Cola y milanesas”.

Así como la extracción y elaboración del chaguar, el monte las provee de numerosas especies de semillas que ellas recolectan, hierven y enhebran para confeccionar pequeñas porciones de textiles y otros ornamentos. En todas las casas de las mujeres pueden observarse frascos y contenedores donde conservan divididas las distintas semillas, ya hervidas y listas para usar, pues el monte las da una sola vez al año, cuando son recogidas y conservadas en cantidad para usarlas durante todo el ciclo.
En el Lote 75 hoy las semillas todavía abundan, pero no es el caso del chaguar que ha tomado un nuevo rumbo su “obtención”. Actualmente las mujeres se organizan comercialmente con otras comunidades wichí que tienen chaguar a partir de un trueque de ropas por la fibra.

Las mujeres del Lote 75, aún con escasez de fibra y con problemáticas comerciales de su artesanía definitivamente no quieren dejar de tejer. Este es de los primeros puntos de observación que tiene el estudio dentro de la idea de “ser Wichí hoy”. Algunas de estas preguntas encuentran su respuesta en un pequeño paseo por el monte. Allí, las ramas tienen el mismo torzado que utilizan las mujeres para darle resistencia a la fibra de chaguar, el monte se vuelve un gran tejido, como el punto yica que utilizan y todos los colores del paisaje caben en una artesanía, pues de allí mismo se extraen sus tintes.
De manera que no hay posibilidad que dejen de tejer, aunque no conserven sus propias producciones, aunque no se valoren en el mercado, la acción misma de tejer, ese movimiento, con esos colores, con ese punto y textura es la recreación misma del monte, es la oportunidad de agrandarlo, de no dejar que se pierda.

El tejido

La artesanía, como toda creación, es el resultado de la combinación de recursos materiales y simbólicos que dispone toda sociedad, por lo cual se podría decir que habla de una identidad.

Si se piensa que la identidad tiene una estructura propia de componentes que se naturalizan a través de la cultura y por lo tanto, un orden de elementos determinantes que varían con el tiempo, se puede considerar que la identidad es algo dinámico.

Esta definición es un punto importante del estudio, ya que una identidad dinámica, no se construye en la  repetición formal de un elemento, sino en el reconocimiento de algo anterior. Estos conceptos pueden verse en la producción del tejido y artesanías de las mujeres, donde si bien hay una identificación con una cantidad de elementos que son parte de un legado, como es el uso del chaguar, la yica y ciertas formas de tejido, también se observan cambios producidos por diversas transformaciones y pérdidas de sentido.

Las presiones del mercado, son uno de los factores de cambio que pesa en la producción de objetos.

La artesanía indígena en general, tiende a chocar con un mercado que gusta de pensar en una cultura en estado puro, cuando esto jamás ha sido así. De esta manera es normal sorprenderse frente a  elementos que no se han conservado estáticos en el tiempo y que, por lo tanto, no responden a los estereotipos esperados. Superada esta tendencia de considerar la posibilidad de estar frente a una cultura estática y un cierto asombro ante los cambios, resulta más rico ver la continua redefinición que una cultura hace en su dinamismo. Tejido. Monte Minado Gago-Tossici.jpg

La artesanía textil del Lote 75 no ha quedado exenta de fuertes cambios, componiéndose hoy de elementos que, al decodificarlos, brindan información sobre la actual simbología de esta comunidad, el estado del monte y sobre los mecanismos de organización de estas artesanas para llevar a cabo la producción y la venta.

Entendiendo como “artesanía textil” toda aquella producción que derive de las fibras, los tintes y semillas que intervienen en el tejido, la producción del grupo de mujeres wichí estudiada deja ver por un lado, una especie de apego y continuidad de técnicas pasadas, mientras que al mismo tiempo aparece una pérdida de su sentido originario y simbologías.

Es común que al consultar a las tejedoras sobre el significado de un punto o de un tipo de dibujo, aparezca un olvido o cierta ambigüedad de su origen, sin embargo la identificación continúa. Un ejemplo de esto es la persistencia del punto yica a pesar de que no esté tejido siempre con chaguar y puedan sustituirlo con hilo de algodón industrial como elemento actual.

La redefinición de estas técnicas son consecuencia tanto de las modificaciones que va sufriendo el monte, como del contacto con centros comerciales proveedores de nuevas posibilidades, que dentro de un mercado resultan hasta más económicas que la extracción y elaboración de sus propias materias primas. Sin embargo, cabe debatir cuál es el límite en el que una cultura puede elaborar y redefinir con elementos ajenos, dentro de un sentido propio y cuándo la presión del mercado resulta negativa, haciendo que produzcan artesanías vacías de sentido.

En general la interacción de esta comunidad con otras culturas es comercial, como por ejemplo con el pueblo de Embarcación. El momento del intercambio es el espacio en el que dos identidades distintas se encuentran, se reconocen y se valoran. Para esta comunidad el mercado es determinante en su economía y por lo tanto, en su identidad. Es que dicho encuentro se produce como un choque de convenciones culturales que tienen que ver con distintas maneras de observar el tiempo, el sentido de la artesanía y la plusvalía. Para el mercado occidental e industrial, un objeto tiene sentido desde su terminado “hacia adelante”, especialmente por su funcionalidad; en cambio, la artesanía tiene sentido “hacia atrás”, porque es un resultado de la construcción simbólica y evolutiva de una cultura que plasma su historia en un material para proyectar su identidad.

Esta falta de consenso agota el estímulo de las artesanas que debilitan su valor como creadoras y en consecuencia el del mismo objeto creado, lo que impacta directamente sobre la proyección de su identidad.

La lógica indica que si la manera de subsistir es mediante el mercado y este no paga suficiente por un tejido tradicional, que es producido formalmente solo para ser vendido, el hacer artesanal no tendrá valor ni sentido para las jóvenes, que se negarán cada vez más a aprender las técnicas de la artesanía wichí, optando por otras tareas no tradicionales.

El apego a las tradiciones propias en las mujeres, como es por ejemplo la extracción y el tejido en chaguar, en el que va implícita una relación con el monte, un tipo de comunicación generacional y una identificación a una historia común, se debilita cuando las artesanías no son valoradas.

Cabe preguntarse qué se valora frente a una artesanía de este tipo cuando se pierde de vista el proceso que tiene en su hacer.

Por ejemplo las lechuzas resultan un adorno que repiten todas las mujeres y por lo tanto son vendidas por muy poco dinero, que no se corresponde con el tiempo y con el valor de su proceso de producción.

En las idas al monte, los perros que acompañan a las mujeres, se divierten desenterrando del suelo, que suele pasar hasta siete meses de sequía, caracoles a los que llaman “choritos”. Sus caparazones de hasta 10 cm. de largo, son usados como el cuerpo de la lechuza, sobre el que tejen con punto yica una malla anatómica en chaguar que, con la colocación de semillas, pico de madera y flecos de chaguar, terminan por conformar la cara de una lechuza. En algunos relatos, esta ave augura buenas visitas cuando se cuelga de las puertas, mientras que para otros el sentido y la leyenda que alguna vez existió no está clara, sólo es un objeto tradicional que los identifica y es pedido para la venta. El valor de las lechuzas, más allá de todo, radica en la representación de la integración y diálogo con el monte, sin embargo para el mercado sólo es un adorno que paga al por mayor, sin detenerse ni importarle ningún sentido.

De manera que el mercado atraviesa la identidad actual de estas mujeres porque, frente a un monte debilitado, domina parte de su economía y porque el intento de encajar en la matriz de la demanda -donde chocan las concepciones de tiempo y rentabilidad-, ha terminado por vaciar de sentido sus artesanías, ante ellas mismas y ante otras culturas.

Claro que si el deseo fuera entrar en un mercado, cabría la posibilidad de producir estandarizadamente en jornadas laborales de talleres o industrias, pero de acuerdo a la definición de artesanía a la que se intenta llegar no serían, de esta manera, bienes culturales sino, meros objetos estandarizados para un mercado en el que la identidad de aquel que lo produce no incide en el valor de la pieza.

Otro ejemplo, dentro del grupo de mujeres estudiado, es el de la producción de aros con plumas, siendo éste elemento ausente en el uso diario de ellas. El mercado exige que sea un adorno llamativo en colores, por lo que las plumas deben ser teñidas con anilinas industriales. La combinación de plumas y semillas, más el sostén de metal, común en cualquier bijouterie, hace que estos aros estén lejos de su universo, siendo una mera repetición de un modelo. El mayor problema sobreviene cuando el valor de este producto sólo puede estar dado por cierta carga de etnicidad que desde ya está lejos de ser fundamentada por quienes lo produjeron. El caso de los aros se repite en otras producciones, donde en el intercambio aparece una ausencia de identificación desde las artesanas que incide en la desvalorización cultural y económica del producto.

 Hay una característica histórica en la artesanía textil de las mujeres wichí que tiene que ver con la funcionalidad, que refiere tanto al uso para las necesidades cotidianas, como a ser funcionales a la materialización de una leyenda, como puede ser el ejemplo de yicas y las lechuzas. Sin embargo hoy hay una marcada pérdida de la funcionalidad y aparición de lo meramente decorativo. Es curioso que lo que producen no se vea en sus casas ni en sus vestimentas, por lo que parecería no pertenecer al gusto de estas mujeres en la actualidad.

Tanto el momento de la recolección como el momento del tejido forman parte del sistema de comunicación entre las mujeres de la comunidad. En general, estas actividades son en grupo, con pocas palabras pero con abundancia de gestos. El momento de los acuerdos se produce en esos “patios” que se arman cada vez que se encuentran más de tres mujeres. Así es como las artesanías se hacen de manera colectiva, se ayudan en el hilado, se intercambian semillas o cortan juntas las cañas que luego enhebran, aunque después cada producto se venda como propio. Hay algunos patios más hablados, como por ejemplo el que sucede dentro de “El Costurero La Esperanza” todos los días a las cinco de la tarde, compartiendo lugar con las clases de apoyo escolar. En ese el lugar donde mientras conversan, confeccionan esas coloridas faldas que las caracterizan. Resulta mucho más fácil identificar a una mujer wichí que a un hombre, porque la necesidad que tienen ellas del color, “de transmitir alegría”, como dijera Codi, las lleva a vestirse con muy variados estampados y colores como un fuerte sello del ser wichí.

Las mujeres* entienden su rol fundamental en la comunidad y usan estos espacios de encuentro para ayudarse, para estar al tanto de qué pasa en el seno familiar de cada una. Un ejemplo de esta ayuda es el comedor comunitario, que bajo una construcción de troncos únicamente usada para cocinar, todas las mañanas comenzaba el trabajo para todas las que necesitaran buscar una porción.

Comedor. Monte Minado Gago-Tossici.jpg

Edilia junto a su hija Nelly eran las voluntarias que todas las mañanas cocinaban. Previamente iban a buscar los alimentos al pueblo, carne, verduras y cereales que eran preparados en grandes ollas sobre el fuego directo en la tierra. Durante la elaboración de los alimentos ya se generaba un lugar de reunión. Concurrían otras mujeres y se intercambiaban charlas, pero el mediodía era el momento especial donde se formaba la colorida fila de las mujeres que iban a buscar la comida para sus familias.

Este momento donde se distribuía la comida era más que una ayuda, era donde se daban los acuerdos y la comunicación entre las mujeres.

Comprender a la mujer wichí a través de sus actividades, es adentrarse en el tejido social que sostiene su identidad. En los “patios”, en el costurero, en el comedor o en las caminatas al monte, aparecen sus historias, sus quejas y miedos ante un presente por momentos abrumador. Conscientes de un cambio en su entorno, en el monte, y en sus propias vidas, las mujeres son las que llevan los recuerdos, las que resisten y construyen a diario el tejido que sostiene el ser wichí hoy.

Registro fotográfico y escrito de la mujer wichí hoy*

 Este documento surge a partir del deseo de explicitar la manera en que se pensaron los registros fotográficos hechos durante los trabajos de campo, realizados en la Comunidad Wichí, Lote 75 de Tierras Fiscales, Embarcación, Salta.

En cada viaje de estudio se intentó dar visibilidad a las problemáticas actuales de la producción artística de las mujeres wichí, por lo cual hubo que decidir la manera en que se harían los relevamientos fotográficos y de video. El objetivo era conocer y registrar los recursos tanto materiales como simbólicos con que cuentan las mujeres de esta comunidad para sus producciones, por lo cual el trabajo tuvo como producto final relevamientos escritos, observaciones de recursos y captaciones de percepciones a  través de la fotografía y del video. Sobre todo en este tercer punto, los registros excedieron lo antropológico, permitiéndose plantear una mirada artística, que toma los recursos fotográficos como herramienta expresiva, dando cuenta de la construcción de los esteticismos y  visibilizando una realidad que es síntesis de una simultaneidad de percepciones, las que dentro de este campo de estudio dan cuenta de una “verdad” rica para reflexionar.

La selección de registros finales de esta etapa de estudio culminan en una exposición que pone en escena a la mujer wichí hoy, llamándose “Monte minado”.

 La mirada selectiva

La decisión de utilizar la fotografía y en segundo término la filmación, como herramientas esenciales de este trabajo, por demás dispuesto a captar un mundo distinto con la mayor autenticidad, muy pronto planteó sus propias paradojas y límites, asumiéndolos como un desafío tan importante como el objeto de estudio mismo.

Es sabido que tanto la cámara fotográfica, como la de video, pueden ser excelentes dispositivos de captación de la realidad, sin embargo, también sabemos que quien los obtura, lo hace a través de la selección de su mirada, cargada de preconceptos y “puntos ciegos” de su cultura.

La pregunta ante esto fue, cuáles eran nuestros preconceptos y los propios puntos ciegos que iban a actuar en la selección de cada imagen, frente a esta realidad de la que intentábamos dar cuenta.

Antes de comenzar el registro teníamos en claro que queríamos encontrarnos con la admiración hacia la fuerza que los descendientes de pueblos originarios han tenido y siguen teniendo. Nos movía un impulso de encontrar la riqueza y la resistencia que los hace seguir llamándose “Wichí” hoy. Pero a su vez, nos interesaba el mundo de la mujer como artesana tejedora y todas la problemáticas que giran en torno a esta actividad.

Nos encontramos con el primer concepto que definiría nuestra  “mirada selectiva”. De alguna manera entendíamos que en un comienzo “íbamos a mirar lo que buscábamos” y tal vez, en el transcurso de la convivencia con las mujeres de esta comunidad, podríamos ampliar nuestra percepción. Ante esto, el segundo interrogante que surgió fue si un registro pensado de este modo, podría mostrar  una verdad sobre la realidad.

Nos dejamos llevar por el deseo de plasmar la suma de percepciones de todo lo nuevo que conocíamos, sabiendo que en la fotografía teníamos una herramienta capaz de brindar un doble juego, el de la copia de la realidad, y el de una construcción, en donde se develaría la mirada nuestra.

Esto implicó dejar de lado la idea de la fotografía como mensaje sin código, en estado puro, algo casi imposible de darse, para pensarla como un mensaje connotado y por ende, una construcción que en cierta manera, ofrece una visión particular del mundo. Es decir, asumimos la paradoja fotográfica , entendiendo que a la vez de obtener un analogon de la realidad, podríamos plasmar algo más de la propia percepción, utilizando los procedimientos connotativos de la fotografía.

El encuadre

La selección del “encuadre” fue la primera decisión de importancia. Deseábamos hacer un recorte de ese mundo en el que nos adentrábamos, priorizando las riquezas del monte y sus mujeres wichí, tanto en sus recursos materiales como en los simbólicos. Esto implicaba dejar de lado la toma de imágenes denunciantes de malestar, para focalizar en aquellas de mayor fuerza y dignidad.

Todo parecía pensado y de alguna manera controlado, hasta que se sumó algo más cuando estuvimos en plena convivencia y acción: Éramos mujeres investigadoras frente a mujeres wichí, artesanas todas, además de parteras, maestras, costureras, cocineras. Mujeres que tras sucesivas generaciones cargaban con su historia, llena de recuerdos, olvidos y omisiones, y transitaban un presente resistiendo a infinidad de penurias, pero también con infinidad de anhelos. La sensación del primer encuentro con las mujeres que abrió las puertas de la confianza mutua fue de ser mujeres hablando de una historia de mujeres.

A partir de allí, el trabajo consistió en observarlas a la vez de observarnos, pues nuestros presupuestos y nuestra interpretación de la realidad merecían un especial trabajo para que no fueran un velo que impidiese ver en profundidad aquello que se nos presentaba, por momentos muy diferente a nuestra historia y por momentos muy cercano como mujeres.

Si bien en nuestro encuadre el concepto central iba a ser “la riqueza”, ésta estaría teñida de un profundo universo lleno de problemáticas.

Con ese fragmento de una realidad a visibilizar, avanzamos en el trabajo tratando de captar aquello que sentíamos cada día que permanecíamos en la comunidad. La sequía se hacía sentir y la pobreza era parte de lo cotidiano, sin embargo se hacía más fuerte lo vital.  La presencia del tejido, la elaboración de las artesanías en patios compartidos  y los trabajos de la propia vida diaria, eran el resultado de los vínculos, de la particular comunicación y de la vida integrada al monte. Por momentos nos sentíamos frente a un trabajo silencioso e incansable casi como cuando se observa un hormiguero.

Poder percibir la fuerza silenciosa y oculta de estas mujeres, fue determinante para confirmar aquello que queríamos mostrar.

La mujer y sus actividades, la mujer y su vestimenta, el gran tejido social femenino y su presencia vital en el monte, hizo que apareciera un atractivo que nos acercó y diluyó posibles temores y prejuicios.

El tema de la fotografía pasó a ser la mujer y sobre ella, la búsqueda de imágenes fue cuidadosa, para poder captar el gesto de fuerza y resistencia dentro de ese universo femenino.

Las tomamos en sus tareas, pero también nos ganamos el beneficio de la confianza y el de mirarnos de igual a igual. Nos posaron, mirándonos a los ojos. Les soltamos los cabellos, entramos a sus casas, las fotografiamos en sus camas, con sus tules nocturnos y todo su universo femenino, y a la vez fuerte, resistente y por momentos brutal como el de cualquier mujer plantada en su realidad. Las frazadas de Bolivia, con tigres y flores exultantes, contrastando con tules rosados, maderas, serruchos y texturas de todo tipo en un medio brutal, ganaba la imagen y la comprensión de una realidad.

El universo oculto de ellas estaba abierto, la sensualidad, la fuerza, la dureza del entorno, lo femenino y lo brutal, todo era parte de un mundo oculto que se nos mostraba.

Este era un encuentro de lo excelso y lo terrible en donde nuestra percepción se amplió. En medio de lo que para otro hubiera sido una imagen de penuria, nosotras encontramos la fuerza y la belleza oculta.

La exaltación del color

La decisión de plasmar la propia percepción de una realidad, implicó de antemano asumir a la fotografía como una construcción donde se iban a utilizar los recursos connotativos en su máxima posibilidad de expresión. Sin duda, el esteticismo de la fotografía y su fuerte mensaje a través del color, iban a ser temas centrales porque no había percepción del monte donde los contrastes de tonos estuvieran ausentes.

Algo así como en la pintura moderna, sentíamos la necesidad de retocar y aumentar la expresión del color en función de la percepción. Sin embargo, no hubo un capricho en esta decisión, sino que las mujeres mismas nos definieron al color como un elemento dador de vida.

Dentro la comunidad o en medio del follaje del monte, era llamativa la presencia de las mujeres con sus largas faldas estampadas a puro color. Un día, al preguntarles por qué usaban faldas floreadas tan coloridas,  una de ellas respondió, casi con cierta obviedad: “porque el color nos da vida”.

Nuevamente tuvimos que pensar si era válido que el color se trabajara con tanta expresividad e intención emocional. Para nosotras la fotografía entendida como un registro de percepciones se tornaba ahora como una construcción llena de reglas pictóricas, que como sucede en el arte moderno, tal vez violen la copia exacta de la realidad en pos de brindar la realidad de un sentimiento.

Elena hilando. Monte Minado Gago-Tossici
Registro sensible. -Salta. Septiembre de 2014-
Elena vive en el extremo de la comunidad en una de las casas más pobres. Mientras su marido Pedro talla aves pescando peces en palo santo, bajo la sombra de un árbol donde chilla un loro, ella hila chaguar en su pierna, casi sin mirar. El movimiento de la mano que hace la torzada es natural, como como el crecimiento de la vegetación en el monte.
Los días para Elena están llenos de tareas, el ocuparse de Ángela su pequeña hija, buscar leña, hilar y coser en el costurero comunal llamado La Esperanza donde parece disfrutar.
El costurero funciona por la tarde en el salón comunal, en el mismo espacio donde Codi, la maestra, da clases de apoyo a los chicos. El lugar de reunión, las charlas y las otras mujeres que cosen en varias máquinas, la estimulan a crear. Desarma ropa, la reforma y combina con gracia formas y estampados. Allí se recicla lo recibido por caridad y todo lo que se hace es únicamente para la comunidad.
A Elena parece gustarle el costurero más que a todas, encontró su lugar íntimo, femenino y creativo. Todo su universo es delicado y fuertemente laborioso.

*comunidad wichí del Lote 75, Tierras Fiscales de Embarcación, Salta.